martes, 8 de julio de 2014

Arquitectos-filósofos-fotógrafos

Desde que nos conocimos hace ya un par de meses, un día que aparecí en la puerta de su casa despertándolo de la siesta (“es que me levanto muy pronto”, se justificó), nuestra relación ha sido muy especial. Por su profesión como arquitecto y su conciencia crítica como ciudadano nuestras conversaciones han sido una gran fuente de inspiración para mí y para mi investigación.

Además de hablar sobre procesos urbanos de gentrificación o de la evolución de los precios en el Centro Histórico, tocamos otros tan banales temas como la vida (así, en general), el amor (también, así en general), el destino o el paso del tiempo. Como dos filósofos, desplegamos las alas de nuestro pensamiento y sobrevolamos los caminos que cada uno de nosotros ha seguido en referencia a estas cuestiones.
Esta mañana nos hemos visto para poner punto y seguido a nuestros encuentros reflexivos. Él con un café delante y yo con un té. Hemos vuelto a tocar nuestros temas favoritos, así como mis aventuras en estas semanas que no nos hemos visto. Pero, además, hoy reflexionábamos sobre la fotografía; en concreto, sobre el poder de las fotos para estructurar acontecimientos vitales de cada uno. “Tú cuando te tomas una foto en el momento A sólo la entiendes cuando en el momento B (esto es, días, meses o años después) vuelves a ver la foto, y visualizas todo lo que ha acontecido entre el momento A y el B”. Y lo ha ejemplificado diciendo: “Me acuerdo que después de hacerme la foto en este puente, partí rumbo a Osaka, donde viví 5 años y tuve a mi segundo hijo. ¡Quién me lo iba a decir que después de esa foto vendría todo el resto!”.

Esta reflexión por supuesto que no descubre América. Pero ha sido suficiente para incentivarme a desenfundar mi cámara y retomar la toma (valga la redundancia) de fotos. Más que nada porque me mata la curiosidad por saber que va a pasar entre mi momento A (Cuenca) y mi momento B (¿?).

viernes, 4 de julio de 2014

El poder del sol

Pensaba que con la llegada del verano al hemisferio norte, mi estancia en el hemisferio sur iba a ser de lo más fría... Así me lo habían advertido. Pero la verdad es que superados los primeros 20 gélidos días de Junio, estas últimas semanas están siendo de lo más calurosas y soleadas. Y ¡cómo se agradece! No sólo porque me ha permitido sacar camisetas de manga corta que aun no habían hecho aparición estelar fuera de la maleta, sino porque además, de alguna manera la melanina está influyendo en la serotonina (hormona de la felicidad) y me está haciendo ver todo de color de rosa; incluyendo los plantones de entrevistados, la apatía de los comerciantes por realizar la dichosa encuesta de mi investigación y la tediosa cancioncilla de la vecina de enfrente pidiendo a su guagua (hijo) que baje el volumen del televisor.
 
El sol lo arregla todo. O casi todo. Hay cosas que, por desgracia, por mucho calor y sol que haya no se pueden arreglar. Como que el día 20 tengo que estar sí o sí en Guayaquil para empezar a ver mis historias en Cuenca como hechos del pasado.
Hasta ese día, de todos modos, voy a seguir absorbiendo rayos de sol y viendo todo color de rosa, no sea que no haya regreso en un futuro… Aunque en realidad algo o alguien me dice todo lo contrario.

lunes, 30 de junio de 2014

Peripecias en Quito

Salir de Cuenca implica necesariamente dos cosas. Una, salir de mi zona de confort y enfrentarme a nuevos estímulos, amenazas y oportunidades. Y dos, unas cuantas horas de autobús; en este caso, 10 horas hasta Quito, la capital de Ecuador.

Quito es una ciudad de 35 km de largo y 20km de ancho, según el taxista que me recoge en la terminal terrestre y me deja en mi punto de destino en la city. Yo me lo creo. Es enorme. Y además con una significante diferencia entre el norte y el sur de la ciudad. Al norte, se concentra la clase media-alta, los negocios, las empresas y la administración local y nacional. Al sur, las clase social medio-baja, el caos, los burros en las calles y el desorden. Esta separación está claramente marcada por el monte del Panecillo que divide ambas zonas. La colina está coronada por la Virgen de Quito, una virgen gigante (al estilo del Cristo de Río de Janeiro en Brasil) que, además de dividir la ciudad en dos, da la cara a la zona norte (los ricos) y la espalda a la zona sur (los pobres).

Por supuesto no me resisto a avistar la ciudad, el norte y el sur, desde allí arriba, así que me propongo, como no, subir al monte  por las escaleras a las que se accede desde el Centro Histórico. Nada más empezar mi incursión un grabado en la pared me advierte de que no estoy en zona segura. Pero no hago mucho caso, avanzo animada por un guardia de seguridad con una cacho metralleta que me dice: ¡Dele, usted está delgadita y no le va a costar llegar arriba! Sin embargo, unos metros más arriba, una vecina sentada en las escaleras con un par de garrafas de agua me advierte de que es peligroso seguir subiendo yo solita, que me detenga en la siguiente calle y que coja el autobús o un taxi para que me deje arriba. Añade además que, a pesar de que desde hace unos meses la municipalidad haya instalado unos “ojos de águila” (cámaras de seguridad) para controlar los robos, la zona sigue siendo insegura. Este aviso, me pone realmente en alerta, así que sigo su consejo y me subo en el autobús un poco más arriba.

En el Panecillo, una insignificante decena de gringos y yo observamos las vistas. Poco turismo, pienso para mí misma, teniendo en cuenta que ese lugar es uno de los mayores atractivos de la ciudad. Sin embargo, esta percepción cambia cuando por la noche salimos por la conocida zona de La Ronda. Una calle de estilo español, colonial, que bien podría ser cualquier calle de Andalucía, que ha sido reformada y convertida en uno de los sitios de más marcha nocturnos de Quito. Esta zona sí está repleta de turistas  que, como yo, aprovechan la noche del viernes en la capital del país andino.

Tras unas horas moviéndome en esta zona desconocida o de aprendizaje, esto es Quito, regreso a Cuenca, tras otras 10 horas de autobús. Cuenca me tiene atrapada. No sé si por la ciudad en si, o más bien por todo lo que conlleva mi vida aquí.







 

lunes, 23 de junio de 2014

Inti Raymi

Aunque el sonido de pronunciar las palabras Inti Raymi teletransporte a la India (o por lo menos, esa sensación me da a mí…), lo cierto es que, aquí, en Ecuador, Inti Raymi significa en el idioma quichua, la fiesta del sol. Ésta es una tradición de los indígenas de los Andes que cada 21 de Junio, celebran la llegada del solsticio de invierno (en el caso del hemisferio sur) y veneran al padre Sol, Inti.

El sábado, decidimos ir al Inti Raymi de Ingapirca, un conjunto de restos arqueológicos de origen Inca, a unas 2 horas de Cuenca, y a 3100 metros de altitud. Nada más sacar un pie del coche, empezamos a palpar un ambiente completamente diferente al de la ciudad de Cuenca: enormes chanchos colgando del techo de las tiendas, coloridos trajes tradicionales, música, bailes, muchos bailes, y comida típica de los Andes, como el Chancho a la Barbosa, al que también se podría llamar: "chancho mareao" (pues se va cocinando a medida que se le da vueltas y más vueltas en un horno abierto de brasas). Además del chancho, otra comida típica presente era el cuy. El cuy (kuy en quichua) es técnicamente hablando un roedor de la Sierra. Hablando en plata, el cuy no es más que una pequeña ratita de la Sierra…. Pero había que probarlo, claro. Ahora ya está tachado de la lista “cosas que hacer antes de irme”, aunque con casi total certeza, no se vuelva a repetir tal experiencia...

Otro de los eventos estrella del Inti Raymi es las sesiones de chamanismo. Sin duda, lo mejor del día. Nos acercamos sorprendidos por la acumulación de personas en el centro de la plaza. Unas 20 personas esperaban su turno en el círculo creado alrededor de frutas, verduras e inciensos para depurarse de los malos espíritus. El chamán va dando vueltas al círculo, pasando por delante de cada uno de los allí presentes, y literalmente escupiéndoles a toda presión y desde una distancia inferior a 20 cm de la cara del paciente, un trago de una bebida que lleva en una botella en su mano derecha. Una bebida que, combinada con su saliva, se supone, depura/limpia. Realmente, una escena ¡digna de ver!


A diferencia del cuy, la sesión de chamanismo (para quitarme cualquier posible mal espíritu/vibras antes de volver a Europa) aun sigue en la lista de “cosas que hacer antes de irme”. Aunque sinceramente no tengo yo muy claro que finalmente pueda tachar esa actividad de la lista de tareas…








jueves, 19 de junio de 2014

Frases

Dos (grandes) verdades en las calles de Cuenca,


sábado, 14 de junio de 2014

Días de fútbol

Yo pensaba que en España éramos (muy) forofos del fútbol. Pero luego, llegué a Ecuador. Aquí realmente me he dado cuenta de que los partidos de fútbol, y ahora los partidos del mundial, paralizan completamente cualquier actividad. Todo. Juegue o no la selección tricolor, Ecuador.

Cuando digo todo es to-do: clases en la U (como le llaman aquí a la Universidad), reuniones de trabajo y, en general, cualquier actividad productiva (a excepción, por supuesto, de los negocios hosteleros que, con esto de que muchos partidos del mundial coinciden justamente a las 14h del fuso horario ecuatoriano, la hora de comer, son los mayores beneficiados). Además mientras hay partidos, el caótico tráfico de repente se vuelve inexistente y las calles que tan vivas están durante el día, pasan a estar sólo transitadas por los outsiders, los raros a los que nada les importa el fútbol ni la selección…que son pocos, por cierto.
A parte de paralizar todo, el mundial implica la casi obligación de contribuir a las “pollas” (en alguna ocasión ya he comentado que los cuencanos producen la R de forma relajada, tan relajada que la doble R -rr- se convierte en doble L -ll-). Esto es, con el mundial llega la casi obligación social de participar en las porras de fútbol: la aportación de unos 20$ a la porra organizada por amigos o compañeros de trabajo es imprescindible.

Yo, por suerte, parto con 2 ventajas en este mundial: una, tengo tres selecciones a las que apoyar según me convenga (de momento, Holanda, puesto que el debut de Ecuador no se ha producido, y que España ya tiene un pie dentro del Iberia: Curitiba-Madrid). Y mi segunda ventaja, dado que en realidad no me fío de ninguno de los tres sino más bien del poder de la afición brasileña para volver a llevar a su equipo a lo más alto, no me he gastado ni 1$ en “pollas”.

miércoles, 11 de junio de 2014

La Isla de la Plata


Ser Piquero de patas azules en la Isla de la Plata no es tarea fácil, especialmente entre los meses de Noviembre a Marzo, los meses de temporada alta de turistas, lo que supone la llegada a la Isla de entre 11 y 12 embarcaciones cargaditas de turistas. El resto de meses sólo llegan entre 2 y 3 lanchas procedentes de Puerto López, tras cuarenta kilómetros  y aproximadamente una hora y diez minutos de viaje dando tumbos, con las melenas al viento y las pieles al sol.

Cuando desembarcan los turistas en la Isla se les ve con fuerzas, con ganas de comerse la isla y de encontrar los tesoros que, se dice, Sir Francis Drake escondió aquí, en la Isla de la Plata, después de arrebatárselos a los españoles. Unos llevan buen calzado para caminar con comodidad las tres horas que dura el recorrido. Otros, unas simples sandalias cumplen la función de poder decir que han estado en la que dicen es “la Galápagos de los pobres”.
Sus rutas senderistas suelen interrumpir nuestras actividades diarias, como por ejemplo la incubación de los huevos. Sin embargo, hay dos momentos en los que los turistas se olvidan de nosotros para focalizar su atención en otros dos atractivos de la isla. En primer lugar, el ave fragata, su vistosa papada roja no sólo consigue atraer a las hembras de su especie, sino también a los largos objetivos de las cámaras de los foráneos. Y en segundo lugar, los saltos de las ballenas. Los turistas se detienen en los acantilados de la isla para avistar los saltos de estos mamíferos que llegan en estos meses a las cálidas aguas de Manabí para dar a luz a sus bebés ballenas, después de miles de kilómetros viajando desde la Antártida.
 
A medida que el grupo de senderismo avanza por la isla y que el sol hace su aparición entre las nubes, cobran más fuerza las ganas de los turistas por bañarse en la zona sudeste de la isla, a resguardo de las fuertes olas que azotan el norte. Allí, entre alguna que otra tortuga marina, coral, Nemos y Doris, los turistas se lanzan al agua desde las lanchas que los han traído a la Isla, antes de volver a tierra firme, para acabar el día disfrutando de la impresionante puesta de sol desde la playa de Puerto López; unos desde la orilla, otras desde la silla del socorrista.

 
Mientras, en la isla, los piqueros de patas azules aprovechamos la calma de la deshabitada isla  para preparamos para la llegada del siguiente grupo con los primeros rayos del amanecer.



 

lunes, 2 de junio de 2014

Ser

  • Libertad es vivir sin teléfono móvil.
  • Amor es lo que sienten las madres que salen a trabajar con sus guaguas (hijos) en la parte baja del  carro de chifles.
  • Frío es Cuenca a las 7 de la mañana.
  • Mezcla es pakistanís, mestizos, indígenas, asiáticos, norteamericanos, afroecuatorianos y europeos viviendo en este mismo espacio.
  • Prisa es lo que no conozco desde hace un mes.
  • Afonía es la señora de la esquina 8 horas al día gritando: “lotería para hoy, para hoy lotería”.
  • Común es la quema de incienso en las esquinas de las calles para purificar los sitios.
  • Rápido es como se pasan mis días.
  • Intrigante es la calle vacía cuando cae la noche.
  • -ita es el sufijo favorito del ecuatoriano: Anita (como dejó claro el Presidente Correa en su entrevista con Ana Pastor) Paulita, Carlita…
  • Alta es como me siento en ocasiones cuando me comparo con alguna cholita (otra de mis paradojas: con mi 1,58m ¿alta?)

  • ¿Bonito? Todo me parece bonito.





 

sábado, 31 de mayo de 2014

Testimonios callejeros

Juan, su primo (con el que se fue a Perú en bici) y yo estábamos esperando cerca de la puerta de uno de los restaurantes donde  siempre se reúnen  los gringos. Esperábamos a que saliera alguno de ellos para pedirle una entrevista para nuestro trabajo de investigación.  Hacíamos tiempo charlando de temas varios, entre ellos, como no, de las diferencias entre Europa y Sudamérica. Conversábamos de pie, apoyados en la pared de la casa colonial contigua, intentado no tragar demasiado humo negro de los autobuses que pasaban a un escaso metro y medio de la estrecha acera donde nos encontrábamos.
 
En un momento de la conversación, se acercó un hombre menudo, más bien delgado y de tez morena, que nos interrumpió la charla con una pregunta: “Amigos, ¿conocen Herbalife?” “Sí”, respondió el primo. “¿Han estado alguna vez en mi tienda de Herbalife”. “No”, contestamos los tres al unísono. “Pues les invito a que pasen, esta es la dirección y este mi número de teléfono”, nos dijo a la vez que me entregaba un flyer con los datos. De inmediato, al ver la poca expectación que había causado su invitación, nos lanzó un reto como estrategia para vender sus productos proteínicos Herbalife: “Estoy seguro de que si ahora les hecho una carrera hasta el semáforo, llegan ustedes con la lengua afuera. Por el contrario, yo, con mis 56 años, llegaría como si nada. ¿Cuántos tienen ustedes?”. Juan, si desvelar su veintena de años, le contestó burlón: “No lo creo… Vea que somos deportistas”, le dijo mostrándole la bici de montaña del primo. “Miren” replicó el hombre con tono aleccionador “yo estoy sano y fuerte, y  ¿saben desde cuándo? Desde que me pasó ésto”. El hombre recorrió con su mirada penetrante nuestros tres pares de ojos y cuando percibió nuestra inquietud por saber la respuesta, se empezó a remangar el bajo del pantalón de la pierna izquierda. Cuando el pantalón había alcanzado la altura de la rodilla, paró y señaló con el dedo índice una herida pequeña y redonda en la parte baja de la espinilla. “¿Ven esto?" dijo, “Es un balazo. Por aquí entró y por aquí salió”, dijo a la vez que giraba la pierna 180º para enseñarnos la salida. ¿Un balazo? Le pregunté yo, que no estaba segura de haber escuchado bien lo que estaba oyendo”. “Sí, un balaso”, contestó.


 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Formal informalidad

Antes de vernos para realizar la entrevista y que me diese los documentos que habíamos acordado, lo he llamado tal y como habíamos quedado: “Llámeme antes de vernos, sobre las 10h de la mañana”. Minutos antes de las 10h, he bajado al locutorio, al mismo al que había ido en otras ocasiones para llamar a España, y le he pedido una cabina a la chica, que ya me conoce. “¿A España?” me ha preguntado. “No, a nacional, a un celular”, le he respondido yo. “Pase nomás a la cabina 1”, me ha indicado. Justo la cabina que estaba al lado de la puerta de salida del local.
 
He marcado el número y a los pocos tonos me ha respondido el entrevistado. Al no reconocer mi voz, me he presentado de nuevo y le he preguntado que cómo y dónde quedábamos finalmente para hacer la entrevista. “Perdóneme, mija, pero aun no he podido conseguir los documentos. Veámonos el viernes mejor, ¿sí? Llámeme sobre esta hora, sobre las 10h. del viernes”.
Me he despedido diciéndole que no se preocupara, que buscaría un hueco en mi apretada agenda del viernes para entrevistarlo, y he colgado. He abierto la puerta de la cabina y he empezado a caminar, cavilando sobre cómo iba a reorganizar mi día sabiendo que, con la cancelación de la entrevista, tenía la mañana desocupada (como dicen aquí) y, por el contrario, demasiadas cosas programadas para el viernes. “Quizá si ahora voy a… o no, mejor cojo el ordenador y…”. Mientras barajaba todo tipo de posibilidades en las que invertir la mañana después del cambio de planes que había supuesto esa llamada, oigo: “¡Mija, mija!”. Por alguna razón, mi subconsciente ha entendido que me llamaban a mí. He vuelto la mirada hacia atrás y he visto a la dependienta del locutorio en la puerta del local. En ese momento, me he echado las manos a la cabeza. Me acababa de ir sin pagar.
 
Abochornada, he vuelto sobre mis pasos y me he disculpado mil veces con la chica. “No sé dónde tengo la cabeza” le he dicho, a la vez que le entregaba los $0,20 de la llamada.
En realidad, sí sé dónde la tengo: en intentar entender (que difícilmente adaptarme a) la formal informalidad con la que se hacen las cosas aquí. Por suerte, este despiste me ha pasado con 20 centavos y no con $2 que valen los almuerzos de 2 platos, jugo y postre. Esto de los almuerzos, sin embargo, aun lo estoy intentando entender porque lo que es adaptarme, estoy más que adaptada.

martes, 27 de mayo de 2014

Los de las fotos podría ser yo

Mis mediodías:

Mi primera noche en Guayaquil:













 
Mi día a día:

domingo, 25 de mayo de 2014

De paradojas y otras curiosidades

Si mi vida en Ámsterdam se basaba en coincidencias y casualidades, mi estancia en Ecuador no deja de sorprenderme con situaciones/realidades/circunstancias y cosas paradójicas.
 
Para empezar, paradójico es que sea en Ecuador donde por primera vez en mi vida haya visto un espectáculo de tablao flamenco en directo. A pesar de mis numerosas visitas a Granada, y otras ciudades de Andalucía, ha sido aquí donde, ¡por primera vez, he disfrutado de un espectáculo como ese! Y para más inri, a cargo de un bailaor de origen cubano (que por cierto, wooow, qué forma de claquear -si es que se dice así…-) y una bailaora y un guitarrista ecuatorianos, concretamente de Guayaquil, ella y de Cuenca, él. Pero ¡qué arte y elegancia! ¡Cómo si les corriese por las venas la tradición del tablao flamenco!
Paradójico resulta también que aquí se le llame “tinto” al café solo, cuando en realidad lo que más domina es un color aguado que nada tiene que ver con el fuerte color marrón que le daría sentido a su nombre; como tampoco tiene sentido el hecho de que en el vocabulario ecuatoriano exista la palabra “cola”, pues lo más parecido a hacer cola, es un tumulto de gente empujándose, y casi golpeándose, para pagar la compra en el supermercado, subirse al autobús o coger número para hacer trámites en la municipalidad.
 
Paradójico también es estar en Ecuador y escuchar más inglés que en las calles de Miami. Y hablando de calles, no deja de sorprenderme que los cuencanos que pasean al mediodía por la ciudad abran sus paraguas para protegerse de los intensos rayos de sol. De verdad que yo me pregunto cómo pueden estar tan morenos si siempre están debajo de la sombra de un árbol, de una sombrilla o del paraguas. Paradójico totalmente.
Del mismo modo, me sorprende un dato que me daban el otro día sobre el bajo nivel de apoyo al sistema político del país que presenta Ecuador en comparación a otros países latinoamericanos. ¿Cómo puede ser eso posible si ayer que se presentaba el Informe Anual de Gestión en la Asamblea de la Nación  Ecuatoriana (algo así como el Debate de la Nación en España) todas las televisiones de todas las picanterías (pequeños restaurantes familiares) tenían sintonizado dicho evento, con todos sus comensales colgados de la caja tonta escuchando los discursos de los ministros y sus continuas alabanzas a los medidas llevadas a cabo por el gobierno de Correa? Raro, cuanto menos.
 
Y para acabar de rematar, la mayor de las paradojas hasta ahora: que entrevisten a españoles migrantes en Ecuador. ¿Migrantes españoles en Ecuador? Sí. Quizás hoy en día ya no resulte tan paradójico, pero hace unos años pocos hubiesen pensado que los españoles nos moveríamos buscando ofertas laborales a Ecuador, el país de donde procedía un flujo enorme de migración. Pero lo cierto es que eso es lo que está sucediendo. La semana pasada yo misma fui conejito de indias de un estudio impulsado por la Universidad de Cuenca, en el que entrevistan a españoles viviendo en Ecuador para conocer su realidad  en el país de acogida.
Después de todo esto… creo que sólo sé que no sé nada.
 




 

 

 

 

jueves, 22 de mayo de 2014

El Parque de la Madre

El Parque de la Madre es uno de los espacios públicos más exitosos de Cuenca. Un espacio verde relativamente céntrico que sirve de unión entre el Centro Histórico y el área del otro lado del río Tomebamba, conocida como El Ejido. A parte de por su estratégica localización geográfica, el Parque de la Madre triunfa por la variedad de posibilidades que ofrece a todo tipo de ciudadanos: columpios para los más pequeños, máquinas de ejercicio al aire libre para los más deportistas, un planetario gratuito para los curiosos, césped verde para los amantes del sol, los que entrenan algún deporte como la capoeira o los que les gusta ensayar sus instrumentos musical al aire libre, escaleras con saltos para los skaters y hasta una pista de atletismo que rodea el parque para los corredores… Y además, cuenta una potente red de wifi gratuito para todos ellos. Como digo, el parque es, sin duda, de 10. Sin embargo, hay algo que merma un poco este ambiente recreativo: los tipos que se encargan de velar por la seguridad en el parque.
 
Sinceramente, no sé qué tipo de instrucciones recibe este cuerpo policial, pero desde luego su función es desmesurada. Cada pocos minutos, los policías tocan el silbato al tiempo que mueven horizontalmente su dedo índice indicando un “no-no” para llamar la atención de ciertos usuarios. Silbato a las parejas que están recostadas en el césped “demasiado cerca” el uno del otro. Silbato a los que van demasiado rápido en la tirolina y hacen temblar la estructura. Silbato a los que saltan (ni siquiera pisan) los arbolitos que separan la pista de atletismo con el exterior. Silbato a los que se ríen a carcajada limpia. Y silbato a los que se sientan en posición de loto en los bancos (esto es, con las piernas cruzadas) aunque sea sin zapatos. “Baje los pies, señorita”. “¿Cómo?”. “Baje los pies, por favor”. Incrédula, cumplo órdenes y bajo los pies del banco, por supuesto. ¿Quién se atreve a contradecir a uno de esos tipos con chaleco anti-balas y arma? Pero, por otro lado, ¿qué tipo de parque público es éste en el que la capacidad de acción y divertimento está tan limitada?  Es más, ¿dónde están las normas que recojan lo que se puede o no hacer? ¿O es que las acciones permitidas y restringidas quedan a merced del humor con el que se haya levantado el policía ese día?
 
Hasta cierto punto puedo entender que sea necesario tener fuerzas del orden que se encarguen de asegurar que todo el mundo tiene acceso al parque y que su uso no queda monopolizado o privatizado por ciertos grupos sociales. Sin embargo, si dicho control es en exceso, como ocurre en este caso desde mi punto de vista, ésto podría acabar generando que los que monopolicen el parque sean finalmente los propios policías que, por limitar tanto las acciones permitidas, se acaben quedando solos en el parque. En definitiva, que indignada estoy por haber tenido que escribir estas líneas con las piernas cruzadas y los pies en el suelo, cual señorita de la nobleza cuencana.
 


 

jueves, 15 de mayo de 2014

De blancos y negros

En realidad yo creo que me equivoqué de profesión. En realidad yo creo que tendría que haber sido editora de guía de viajes: comer aquí, sí, cantidades abundantes, precios razonables; comer aquí, no, menús repetitivos. Lavandería de la calle Gran Colombia, sí; lavandería de la Juan Jaramillo, no, calcetines desparejados. Dormir aquí, recomendable; dormir allí, no, no cambian las sábanas. Visitar el museo X, sí, interesante; visitar la exposición Y, no, ni gratis. Bus de la Catedral a la estación terrestre, sí, aunque parece cerca, lo cierto es que hay demasiada distancia para ir caminando, especialmente cuando llueve (que suele ser siempre); caminar de Montañita a Olón, no, a pesar de que te digan que está cerca, caminar por el lateral de la carretera nacional no es la mejor idea. Confiar en los trabajadores de la terminal de autobuses cuando te dan los horarios de partida, no, a no ser que te apetezca hacer un ejercicio de observación en la estación durante horas; desconfiar de los vendedores ambulantes, ¿por qué?, conocen los mejores lugares para comer y los más baratos. Regatear en el mercado, sí rotundo, sales ganando; regatear a los taxistas, nunca, te dejan tirado. Aprender quechua, ¿pa’ qué?, se van a reír en tu cara; saludar con un Assalaamu alaykum al único pakistaní del pueblo, claro, te va a regalar un kebab. Facturar chanclas de plástico en la maleta, imprescindible, nunca sabes qué duchas te vas a encontrar; cargar con libros de lectura, inútil, el entretenimiento está a través de la ventana. Pedir un helado en la Costa, no, lo más probable es que esté desecho antes de abrirlo por el bajo voltaje de la electricidad; pedir un chocolate caliente en la Sierra, tampoco, lo más parecido a tu comanda probablemente sea un Cola-Cao turbo frío. Contratar excusiones en agencias turísticas, no-no-no; montarte tu propia excursión, sí-sí-sí. Sobrestimar los precios orientativos de internet, siempre, pues aquí y en Pekín cada año suben los precios; sobrestimar la hora de llegada de la gente, por supuesto, aun así te quedarás corta. Seguir a raja tabla los consejos de las guías turísticas, no, Puerto López mola, diga lo que diga la guía; dejarte llevar por tus intuiciones, ALWAYS.
 

*Aviso: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. (O no).



 

miércoles, 14 de mayo de 2014

El autobús: algo más que un medio de transporte

Viajar en autobús es una de las cosas que más me gusta en este país. El autobús es el medio de transporte más común en el Ecuador, el más usado y, probablemente, me atrevería a decir, el más eficiente. La red de conexiones abarca todo el Estado y sus precios están al alcance de la vasta mayoría (generalmente $1 por cada hora de trayecto y, en el caso de los buses urbanos, $0.20 o $0.25).
 
El autobús  facilita realmente la vida de los ciudadanos. Primero por la cómoda movilidad que  ofrece y es que aquí cada uno establece su parada donde le conviene, es decir, el autobús deja y recoge a viajeros en cualquier lugar de la ruta, sin necesidad de estar en una parada tradicional o apeadero. Eso sí, la parada es casi imperceptible. El bus aminora la marcha en el lugar que el viajero le indica y éste salta, ¡sin que el autobús se haya detenido completamente! Ni os cuento el espectáculo cuando son más de uno los que se quieren bajar o subir… C-R-A-Z-Y!
 
Además de facilitar la vida a los pasajeros, el autobús sirve también de punto de venta para muchos vendedores ambulantes, especialmente los de comida. En los viajes largos, cuando el autobús hace paradas en pueblitos, gasolineras o peajes, una decena de, normalmente, hombres invaden el pasillo del autobús con sus bandejas repletas de seco de pollo, empanadas, tamales, humitas, pan de yuca, tortillas de maíz, tortillas de choco, chaulafán, bolón de verde, chifles, sanduches (bocadillos), patacones, sandía recién cortada, oritos (plátanos); o con jarras de jugos de tamarindo, de coco, de maracuyá, leche de soya, agua fresca, jugo de naranjilla, de mora, morocho… “Agua, agua, agua", "Jugo, cola helá, cola helá". En fin, ¡toda una variedad de productos al servicio del viajero! Lo gracioso de la historia es que los conductores no esperan a que el vendedor haya acabado de vender sus artículos (faltaría más!), sino que ellos arrancan y, una vez el vendedor ha acabado de ofertar sus productos, se acercan a la puerta (que está siempre abierta…), saltan para bajarse y deshacen a pie, me imagino, la distancia que los separa del peaje o pueblo donde se han subido para vender.
 
El otro día se subió un chico joven, que decía ser padre de 2 niños, vendiendo 3 chocolatinas por $1. Entre otras cosas, en su discurso contaba que el gobierno de Correa había hecho que, por ejemplo, el chocolate (lo que él vendía) estuviese al alcance de todos, de todos los que tenían plata, apuntilló. Sin embargo, lo cierto es que los datos indican que, desde el 2007, momento en el que la administración de Correa empieza a gobernar, el salario básico se ha incrementado un 87%, y una familia promedio puede cubrir el 100% de la canasta vital, es decir, de los productos esenciales para sobrevivir. Además, en este periodo, las desigualdades entre el 10% más rico y el 10% más pobre se han reducido (a diferencia de lo que ha ocurrido en otros lugares del planeta en los últimos años…). Así que, entiendo que el mensaje del joven vendedor le sea útil para tocar la fibra sensible/corazoncito del pasajero y vender alguna chocolatina extra. Es más, incluso yo, a sabiendas de esos datos, probablemente le hubiese comprado las chocolatinas. Una pena que las chocolatinas tuviesen galleta y yo sea gluten-free.
 



*estas fotos son de google, puesto que tampoco me gusta hacer fotos a todo quisqui cual guiri, pero reflejan perfectamente la realidad que estoy contando ;)

lunes, 12 de mayo de 2014

La Ruta del Sol (o Ruta del Spondylus)

Como cambiar de país. Descender de la Sierra a la Costa ecuatoriana es como cambiar de país. Y no sólo por las 7 horas que supone llegar a las playas, sino por el ambiente, la gente y su actitud ante la vida.

La Costa es el paraíso de las hamacas y Montañita, mi primera parada, la panacea de los rastas y surfers argentinos y chilenos. Muy de mi estilo, sí :), pero quizá demasiado artificial. Y sobre esto me reafirmo nada más desembarcar en Puerto López, un pueblo pesquero con mucha marcha, impulsada por la población local (a diferencia de lo que ocurre en Montañita). En Puerto López, la música está presente 24h. Y cuando digo 24h es 24h. La noche del sábado llegué a pensar que, en vez de en un hostal, me había quedado dormida en el sofá de alguna discoteca...¡Too much!

Sin haber descansado mucho, aprovecho que el pueblo aun se despereza y que el sol aprieta con fuerza desde primera hora en la costa ecuatoriana, para darme mi segundo baño en el Pacífico (!!) y el segundo del año. Ya refrescada y con el pelo mojado para que me vaya hidratando (cual cactus), coincido con una familia que me invita a subirme en la zona de carga de su pick-up. "Suba, que la llevamos!".
 
A los 10 min, me indican desde dentro de la furgoneta: "Baje, ya es aquí!". "Grasias!!", les contesto con la mejor de mis sonrisas. Me sueltan en la entrada del Parque Natural Machalilla, uno de los sitios más espectaculares en los que he estado nunca. Siguiendo las indicaciones del guardia de seguridad, camino por una senda de tierra escuchando el sonido de los pájaros, el ruido de las lagartijas, lagartos y lagartazos apartándose de mi camino, el de mis sandalias, y mi respiración, acelerada por llevar a los hombros dos mochilas y caminar bajo un sol de justicia. El premio al esfuerzo es la Playa de los Frailes, 1.4 km de arena blanca completamente virgen que no acabo de saborear tanto como me hubiese gustado porque 1) las avispas se han convertido en las mejores amigas de mi colorida mochila y 2) porque no quiero tentar al mar de fondo que domina en la orilla.

De regreso, presencio lo que podría haber sido una escena de algún culebrón venezolano ecuatoriano de esos que gustan tanto por aquí. Nada más salir de la estación terrestre (esto es, la estación de autobuses) se oyen golpes en un lateral del autobús: "¡Pare! ¡Pare!". Y frenazo. "Los destrosó, los deshizo!". Yo, sentada en el lado opuesto del autobús temo lo peor y ni siquiera me atrevo a mirar por la ventana, como hacen el resto de pasajeros. Pero la curiosidad mató al gato, así que le pregunto a la señora del asiento de delante: "¿qué pasa?". Y me responde, "¿sabe el hombre que tenía los sacos de naranjas y bananos? Se los destrosó, se los deshizo". Asomo un ojo por la ventana. Un río de zumo de naranja recorre el suelo de la estación. El dueño de dichos sacos no deja de echarse las manos a la cabeza. Su mujer, histérica. Gritos. Más gritos. Cada vez más personajes se acercan y sentencian: !No, es que usté...!" "¡Pero qué culpa tiene el conductor si el hombre está en el medio!" "¡Págueselo, págueselo!". En medio de la trifulca aparece el que debe ser un jefecillo del servicio de autobuses que, con gesto de resignación, le extiende un billete de $20 al vendedor ambulante. "Cállese", le dice. El pobre hombre intenta recoger las pocas naranjas y bananos que han sobrevivido y nosotros arrancamos, sin ningún tipo de compasión por parte del conductor. En ese momento, me pregunto si el hecho de que el conductor del autobús conduzca descalzo habrá tenido algo que ver en el "atropello"…

Al rato, la señora a la que le acabo de preguntar, me devuelve la pregunta para saciar ahora su curiosidad: "¿está haciendo la Ruta del Sol, señorita?" Así es. Mis rojas mejillas indiscutiblemente me delatan. Y aunque me quedo en la mitad de la misma, por falta de tiempo, espero volver pronto para terminarla. No tanto por llegar a una meta como si del Camino de Santiago se tratase, sino por el ambiente, la gente y su actitud ante la vida.