Antes de vernos para realizar la
entrevista y que me diese los documentos que habíamos acordado, lo he llamado tal y como habíamos quedado: “Llámeme antes de vernos, sobre las 10h de la mañana”. Minutos antes de las 10h, he bajado al locutorio,
al mismo al que había ido en otras ocasiones para llamar a España, y le he
pedido una cabina a la chica, que ya
me conoce. “¿A España?” me ha preguntado. “No, a nacional, a un celular”, le he
respondido yo. “Pase nomás a la cabina 1”, me ha indicado. Justo la cabina que
estaba al lado de la puerta de salida del local.
He marcado el número y a los
pocos tonos me ha respondido el entrevistado. Al no reconocer mi voz, me he
presentado de nuevo y le he preguntado que cómo y dónde quedábamos finalmente
para hacer la entrevista. “Perdóneme, mija, pero aun no he podido conseguir los
documentos. Veámonos el viernes mejor, ¿sí? Llámeme sobre esta hora, sobre las
10h. del viernes”.
Me he despedido diciéndole que no
se preocupara, que buscaría un hueco en mi apretada agenda del viernes para
entrevistarlo, y he colgado. He abierto la puerta de la cabina y he empezado a
caminar, cavilando sobre cómo iba a reorganizar mi día sabiendo que, con la
cancelación de la entrevista, tenía la mañana desocupada (como dicen aquí) y,
por el contrario, demasiadas cosas programadas para el viernes.
“Quizá si ahora voy a… o no, mejor cojo el ordenador y…”. Mientras barajaba todo
tipo de posibilidades en las que invertir la mañana después del cambio de
planes que había supuesto esa llamada, oigo: “¡Mija, mija!”. Por alguna razón,
mi subconsciente ha entendido que me llamaban a mí. He vuelto la mirada hacia
atrás y he visto a la dependienta del locutorio en la puerta del local. En ese
momento, me he echado las manos a la cabeza. Me acababa de ir sin pagar.
Abochornada, he vuelto sobre mis
pasos y me he disculpado mil veces con la chica. “No sé dónde tengo la cabeza”
le he dicho, a la vez que le entregaba los $0,20 de la llamada.
En realidad, sí sé dónde la
tengo: en intentar entender (que difícilmente adaptarme a) la formal informalidad
con la que se hacen las cosas aquí. Por suerte, este despiste me ha pasado con 20 centavos y no con $2 que
valen los almuerzos de 2 platos, jugo y postre. Esto de los almuerzos, sin embargo, aun lo estoy intentando entender porque lo que
es adaptarme, estoy más que adaptada.
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