Mientras espero en la lavandería
a que mi ropa (susia, como dicen aquí) esté lista, miro por el cristal del
local hacia la calle, y me vuelvo a reafirmar en una sensación que tengo desde
que llegué: la vitalidad de las calles de este lugar y, en general, de sus
espacios públicos.
Todo arranca sobre las 6 de la
mañana cuando los cuencanos se despiertan para entrar en los colegios a las 7(!).
A eso de las 6,30h, Cuenca podría ser perfectamente el Paseo de la Castellana de
Madrid a las 12 del mediodía. Desde esas horas tan tempranas, caminar por el
Centro Histórico de esta ciudad es sinónimo de mucha cosas. Para empezar, de
ruido: motos, autobuses y carros (como les llaman a los coches) toman las
estrechas y empedradas calles de la ciudad y comienzan una incesante sinfonía
de pitidos, que se convierte en el principal medio de comunicación entre los conductores.
Pitar es multifunciones. Pitar sirve tanto para advertir al de al lado (o al
peatón) de que vas a pasar (aquí eso de las rayas blancas en el suelo, también conocidas
como pasos de cebra, son más bien un sin propósito, a no ser que el semáforo lo
indique y, a veces, ¡ni eso!). Sirven también para saludar a un colega,
quejarte de lo lento que va el de delante o advertir de que vas a arrancar,
entre otras funciones que probablemente no
me haya dado tiempo a interpretar aun. Pero sí, realmente es algo exagerado. Los pitidos son, sin duda, un elemento esencial del ambiente urbano.
Caminar por el Centro histórico
de Cuenca es sinónimo también de contaminación. Es impresionante el humo negro
que sueltan esos cachivaches viejos y abollados, los buses, cada vez que
arrancan. Cuando estás caminando por la acera y el autobús despliega su
arsenal para seguir con la marcha, dices: ¡hmm.. rico! Es simplemente digno de
quedarse un par de segundos observando esa humareda negra y ver como se
difumina y se mezcla con el oxígeno de la ciudad.
Pero Cuenca también es sinónimo
de música. Una de las principales estrategias de marketing de los comercios para
atraer clientes es poner bafles con dos grandes altavoces en la entrada o
escaparate del local mirando hacia la calle y darle al play a los temas más sonados del momento, esto es, las bachatas de Romeo
y Prince Royce, o la salsa de Marc Anthony. Y ¡qué gusto entrar a una tienda
con la música a tope como si estuvieses celebrando que es viernes noche y que
la vida es maravillosa y comprar no sólo lo que tenías pensado, sino también
esos chifles (plátano frito salado buenísimo, una delicia ecuatoriana) que contribuyen
a que tu paladar esté feliz y, por tanto, a que las cosas se vean mejor.
Por último, caminar por Cuenca es
además sinónimo de cultura, historia y religión. La variedad de estilos
artísticos y arquitectónicos de la ciudad, le dieron en 1999 el
reconocimiento por parte de la UNESCO, de ciudad considerada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y
cierto es que, pasear por estas calles es como un viaje en el tiempo, que te permite
estar en el pasado y en el presente en la misma calle. De hecho, en esta misma
calle en la que estoy esperando por mis trapitos, se encuentran tanto una
iglesia del siglo XIX, como modernos graffitis en las fachadas
laterales de las casas que dan color a la ciudad. ¡Chévere, eh!
A mi ropa aun le falta pasar por
la secadora, así que voy a esperar que finalice. Pero antes, no me quiero
olvidar de dejar un mensajito a los que se estén puliendo los ahorros que me
había ganado con esfuerzo antes de viajar aquí: espero que el karma/la vida/el
poder del universo os devuelva el daño causado multiplicado por un 1 y un par
de ceritos detrás. Hijosdep*.
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