Juan, su primo (con el que se fue
a Perú en bici) y yo estábamos esperando cerca de la puerta de uno de los restaurantes
donde siempre se reúnen los gringos. Esperábamos
a que saliera alguno de ellos para pedirle una entrevista para nuestro trabajo
de investigación. Hacíamos tiempo
charlando de temas varios, entre ellos, como no, de las diferencias entre
Europa y Sudamérica. Conversábamos de pie, apoyados en la pared de la casa
colonial contigua, intentado no tragar demasiado humo negro de los autobuses que pasaban a un escaso metro y medio de la estrecha acera donde nos
encontrábamos.
En un momento de la conversación,
se acercó un hombre menudo, más bien delgado y de tez morena, que nos
interrumpió la charla con una pregunta: “Amigos, ¿conocen Herbalife?” “Sí”,
respondió el primo. “¿Han estado alguna vez en mi tienda de Herbalife”. “No”, contestamos los
tres al unísono. “Pues les invito a que pasen, esta es la dirección y este mi número
de teléfono”, nos dijo a la vez que me entregaba un flyer con los datos. De inmediato, al ver la poca expectación que había causado su invitación, nos lanzó un reto como estrategia para
vender sus productos proteínicos Herbalife: “Estoy seguro de que si ahora
les hecho una carrera hasta el semáforo, llegan ustedes con la lengua afuera.
Por el contrario, yo, con mis 56 años, llegaría como si nada. ¿Cuántos tienen ustedes?”. Juan, si desvelar su veintena de
años, le contestó burlón: “No lo creo… Vea que somos deportistas”, le dijo
mostrándole la bici de montaña del primo. “Miren” replicó el hombre con tono
aleccionador “yo estoy sano y fuerte, y ¿saben
desde cuándo? Desde que me pasó ésto”. El hombre recorrió con su mirada penetrante
nuestros tres pares de ojos y cuando percibió nuestra inquietud por saber la
respuesta, se empezó a remangar el bajo del pantalón de la pierna izquierda. Cuando
el pantalón había alcanzado la altura de la rodilla, paró y señaló con el dedo
índice una herida pequeña y redonda en la parte baja de la espinilla. “¿Ven esto?" dijo, “Es un
balazo. Por aquí entró y por aquí salió”, dijo a la vez que giraba la pierna
180º para enseñarnos la salida. ¿Un
balazo? Le pregunté yo, que no estaba segura de haber escuchado bien lo que
estaba oyendo”. “Sí, un balaso”,
contestó.