sábado, 31 de mayo de 2014

Testimonios callejeros

Juan, su primo (con el que se fue a Perú en bici) y yo estábamos esperando cerca de la puerta de uno de los restaurantes donde  siempre se reúnen  los gringos. Esperábamos a que saliera alguno de ellos para pedirle una entrevista para nuestro trabajo de investigación.  Hacíamos tiempo charlando de temas varios, entre ellos, como no, de las diferencias entre Europa y Sudamérica. Conversábamos de pie, apoyados en la pared de la casa colonial contigua, intentado no tragar demasiado humo negro de los autobuses que pasaban a un escaso metro y medio de la estrecha acera donde nos encontrábamos.
 
En un momento de la conversación, se acercó un hombre menudo, más bien delgado y de tez morena, que nos interrumpió la charla con una pregunta: “Amigos, ¿conocen Herbalife?” “Sí”, respondió el primo. “¿Han estado alguna vez en mi tienda de Herbalife”. “No”, contestamos los tres al unísono. “Pues les invito a que pasen, esta es la dirección y este mi número de teléfono”, nos dijo a la vez que me entregaba un flyer con los datos. De inmediato, al ver la poca expectación que había causado su invitación, nos lanzó un reto como estrategia para vender sus productos proteínicos Herbalife: “Estoy seguro de que si ahora les hecho una carrera hasta el semáforo, llegan ustedes con la lengua afuera. Por el contrario, yo, con mis 56 años, llegaría como si nada. ¿Cuántos tienen ustedes?”. Juan, si desvelar su veintena de años, le contestó burlón: “No lo creo… Vea que somos deportistas”, le dijo mostrándole la bici de montaña del primo. “Miren” replicó el hombre con tono aleccionador “yo estoy sano y fuerte, y  ¿saben desde cuándo? Desde que me pasó ésto”. El hombre recorrió con su mirada penetrante nuestros tres pares de ojos y cuando percibió nuestra inquietud por saber la respuesta, se empezó a remangar el bajo del pantalón de la pierna izquierda. Cuando el pantalón había alcanzado la altura de la rodilla, paró y señaló con el dedo índice una herida pequeña y redonda en la parte baja de la espinilla. “¿Ven esto?" dijo, “Es un balazo. Por aquí entró y por aquí salió”, dijo a la vez que giraba la pierna 180º para enseñarnos la salida. ¿Un balazo? Le pregunté yo, que no estaba segura de haber escuchado bien lo que estaba oyendo”. “Sí, un balaso”, contestó.


 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Formal informalidad

Antes de vernos para realizar la entrevista y que me diese los documentos que habíamos acordado, lo he llamado tal y como habíamos quedado: “Llámeme antes de vernos, sobre las 10h de la mañana”. Minutos antes de las 10h, he bajado al locutorio, al mismo al que había ido en otras ocasiones para llamar a España, y le he pedido una cabina a la chica, que ya me conoce. “¿A España?” me ha preguntado. “No, a nacional, a un celular”, le he respondido yo. “Pase nomás a la cabina 1”, me ha indicado. Justo la cabina que estaba al lado de la puerta de salida del local.
 
He marcado el número y a los pocos tonos me ha respondido el entrevistado. Al no reconocer mi voz, me he presentado de nuevo y le he preguntado que cómo y dónde quedábamos finalmente para hacer la entrevista. “Perdóneme, mija, pero aun no he podido conseguir los documentos. Veámonos el viernes mejor, ¿sí? Llámeme sobre esta hora, sobre las 10h. del viernes”.
Me he despedido diciéndole que no se preocupara, que buscaría un hueco en mi apretada agenda del viernes para entrevistarlo, y he colgado. He abierto la puerta de la cabina y he empezado a caminar, cavilando sobre cómo iba a reorganizar mi día sabiendo que, con la cancelación de la entrevista, tenía la mañana desocupada (como dicen aquí) y, por el contrario, demasiadas cosas programadas para el viernes. “Quizá si ahora voy a… o no, mejor cojo el ordenador y…”. Mientras barajaba todo tipo de posibilidades en las que invertir la mañana después del cambio de planes que había supuesto esa llamada, oigo: “¡Mija, mija!”. Por alguna razón, mi subconsciente ha entendido que me llamaban a mí. He vuelto la mirada hacia atrás y he visto a la dependienta del locutorio en la puerta del local. En ese momento, me he echado las manos a la cabeza. Me acababa de ir sin pagar.
 
Abochornada, he vuelto sobre mis pasos y me he disculpado mil veces con la chica. “No sé dónde tengo la cabeza” le he dicho, a la vez que le entregaba los $0,20 de la llamada.
En realidad, sí sé dónde la tengo: en intentar entender (que difícilmente adaptarme a) la formal informalidad con la que se hacen las cosas aquí. Por suerte, este despiste me ha pasado con 20 centavos y no con $2 que valen los almuerzos de 2 platos, jugo y postre. Esto de los almuerzos, sin embargo, aun lo estoy intentando entender porque lo que es adaptarme, estoy más que adaptada.

martes, 27 de mayo de 2014

Los de las fotos podría ser yo

Mis mediodías:

Mi primera noche en Guayaquil:













 
Mi día a día:

domingo, 25 de mayo de 2014

De paradojas y otras curiosidades

Si mi vida en Ámsterdam se basaba en coincidencias y casualidades, mi estancia en Ecuador no deja de sorprenderme con situaciones/realidades/circunstancias y cosas paradójicas.
 
Para empezar, paradójico es que sea en Ecuador donde por primera vez en mi vida haya visto un espectáculo de tablao flamenco en directo. A pesar de mis numerosas visitas a Granada, y otras ciudades de Andalucía, ha sido aquí donde, ¡por primera vez, he disfrutado de un espectáculo como ese! Y para más inri, a cargo de un bailaor de origen cubano (que por cierto, wooow, qué forma de claquear -si es que se dice así…-) y una bailaora y un guitarrista ecuatorianos, concretamente de Guayaquil, ella y de Cuenca, él. Pero ¡qué arte y elegancia! ¡Cómo si les corriese por las venas la tradición del tablao flamenco!
Paradójico resulta también que aquí se le llame “tinto” al café solo, cuando en realidad lo que más domina es un color aguado que nada tiene que ver con el fuerte color marrón que le daría sentido a su nombre; como tampoco tiene sentido el hecho de que en el vocabulario ecuatoriano exista la palabra “cola”, pues lo más parecido a hacer cola, es un tumulto de gente empujándose, y casi golpeándose, para pagar la compra en el supermercado, subirse al autobús o coger número para hacer trámites en la municipalidad.
 
Paradójico también es estar en Ecuador y escuchar más inglés que en las calles de Miami. Y hablando de calles, no deja de sorprenderme que los cuencanos que pasean al mediodía por la ciudad abran sus paraguas para protegerse de los intensos rayos de sol. De verdad que yo me pregunto cómo pueden estar tan morenos si siempre están debajo de la sombra de un árbol, de una sombrilla o del paraguas. Paradójico totalmente.
Del mismo modo, me sorprende un dato que me daban el otro día sobre el bajo nivel de apoyo al sistema político del país que presenta Ecuador en comparación a otros países latinoamericanos. ¿Cómo puede ser eso posible si ayer que se presentaba el Informe Anual de Gestión en la Asamblea de la Nación  Ecuatoriana (algo así como el Debate de la Nación en España) todas las televisiones de todas las picanterías (pequeños restaurantes familiares) tenían sintonizado dicho evento, con todos sus comensales colgados de la caja tonta escuchando los discursos de los ministros y sus continuas alabanzas a los medidas llevadas a cabo por el gobierno de Correa? Raro, cuanto menos.
 
Y para acabar de rematar, la mayor de las paradojas hasta ahora: que entrevisten a españoles migrantes en Ecuador. ¿Migrantes españoles en Ecuador? Sí. Quizás hoy en día ya no resulte tan paradójico, pero hace unos años pocos hubiesen pensado que los españoles nos moveríamos buscando ofertas laborales a Ecuador, el país de donde procedía un flujo enorme de migración. Pero lo cierto es que eso es lo que está sucediendo. La semana pasada yo misma fui conejito de indias de un estudio impulsado por la Universidad de Cuenca, en el que entrevistan a españoles viviendo en Ecuador para conocer su realidad  en el país de acogida.
Después de todo esto… creo que sólo sé que no sé nada.
 




 

 

 

 

jueves, 22 de mayo de 2014

El Parque de la Madre

El Parque de la Madre es uno de los espacios públicos más exitosos de Cuenca. Un espacio verde relativamente céntrico que sirve de unión entre el Centro Histórico y el área del otro lado del río Tomebamba, conocida como El Ejido. A parte de por su estratégica localización geográfica, el Parque de la Madre triunfa por la variedad de posibilidades que ofrece a todo tipo de ciudadanos: columpios para los más pequeños, máquinas de ejercicio al aire libre para los más deportistas, un planetario gratuito para los curiosos, césped verde para los amantes del sol, los que entrenan algún deporte como la capoeira o los que les gusta ensayar sus instrumentos musical al aire libre, escaleras con saltos para los skaters y hasta una pista de atletismo que rodea el parque para los corredores… Y además, cuenta una potente red de wifi gratuito para todos ellos. Como digo, el parque es, sin duda, de 10. Sin embargo, hay algo que merma un poco este ambiente recreativo: los tipos que se encargan de velar por la seguridad en el parque.
 
Sinceramente, no sé qué tipo de instrucciones recibe este cuerpo policial, pero desde luego su función es desmesurada. Cada pocos minutos, los policías tocan el silbato al tiempo que mueven horizontalmente su dedo índice indicando un “no-no” para llamar la atención de ciertos usuarios. Silbato a las parejas que están recostadas en el césped “demasiado cerca” el uno del otro. Silbato a los que van demasiado rápido en la tirolina y hacen temblar la estructura. Silbato a los que saltan (ni siquiera pisan) los arbolitos que separan la pista de atletismo con el exterior. Silbato a los que se ríen a carcajada limpia. Y silbato a los que se sientan en posición de loto en los bancos (esto es, con las piernas cruzadas) aunque sea sin zapatos. “Baje los pies, señorita”. “¿Cómo?”. “Baje los pies, por favor”. Incrédula, cumplo órdenes y bajo los pies del banco, por supuesto. ¿Quién se atreve a contradecir a uno de esos tipos con chaleco anti-balas y arma? Pero, por otro lado, ¿qué tipo de parque público es éste en el que la capacidad de acción y divertimento está tan limitada?  Es más, ¿dónde están las normas que recojan lo que se puede o no hacer? ¿O es que las acciones permitidas y restringidas quedan a merced del humor con el que se haya levantado el policía ese día?
 
Hasta cierto punto puedo entender que sea necesario tener fuerzas del orden que se encarguen de asegurar que todo el mundo tiene acceso al parque y que su uso no queda monopolizado o privatizado por ciertos grupos sociales. Sin embargo, si dicho control es en exceso, como ocurre en este caso desde mi punto de vista, ésto podría acabar generando que los que monopolicen el parque sean finalmente los propios policías que, por limitar tanto las acciones permitidas, se acaben quedando solos en el parque. En definitiva, que indignada estoy por haber tenido que escribir estas líneas con las piernas cruzadas y los pies en el suelo, cual señorita de la nobleza cuencana.
 


 

jueves, 15 de mayo de 2014

De blancos y negros

En realidad yo creo que me equivoqué de profesión. En realidad yo creo que tendría que haber sido editora de guía de viajes: comer aquí, sí, cantidades abundantes, precios razonables; comer aquí, no, menús repetitivos. Lavandería de la calle Gran Colombia, sí; lavandería de la Juan Jaramillo, no, calcetines desparejados. Dormir aquí, recomendable; dormir allí, no, no cambian las sábanas. Visitar el museo X, sí, interesante; visitar la exposición Y, no, ni gratis. Bus de la Catedral a la estación terrestre, sí, aunque parece cerca, lo cierto es que hay demasiada distancia para ir caminando, especialmente cuando llueve (que suele ser siempre); caminar de Montañita a Olón, no, a pesar de que te digan que está cerca, caminar por el lateral de la carretera nacional no es la mejor idea. Confiar en los trabajadores de la terminal de autobuses cuando te dan los horarios de partida, no, a no ser que te apetezca hacer un ejercicio de observación en la estación durante horas; desconfiar de los vendedores ambulantes, ¿por qué?, conocen los mejores lugares para comer y los más baratos. Regatear en el mercado, sí rotundo, sales ganando; regatear a los taxistas, nunca, te dejan tirado. Aprender quechua, ¿pa’ qué?, se van a reír en tu cara; saludar con un Assalaamu alaykum al único pakistaní del pueblo, claro, te va a regalar un kebab. Facturar chanclas de plástico en la maleta, imprescindible, nunca sabes qué duchas te vas a encontrar; cargar con libros de lectura, inútil, el entretenimiento está a través de la ventana. Pedir un helado en la Costa, no, lo más probable es que esté desecho antes de abrirlo por el bajo voltaje de la electricidad; pedir un chocolate caliente en la Sierra, tampoco, lo más parecido a tu comanda probablemente sea un Cola-Cao turbo frío. Contratar excusiones en agencias turísticas, no-no-no; montarte tu propia excursión, sí-sí-sí. Sobrestimar los precios orientativos de internet, siempre, pues aquí y en Pekín cada año suben los precios; sobrestimar la hora de llegada de la gente, por supuesto, aun así te quedarás corta. Seguir a raja tabla los consejos de las guías turísticas, no, Puerto López mola, diga lo que diga la guía; dejarte llevar por tus intuiciones, ALWAYS.
 

*Aviso: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. (O no).



 

miércoles, 14 de mayo de 2014

El autobús: algo más que un medio de transporte

Viajar en autobús es una de las cosas que más me gusta en este país. El autobús es el medio de transporte más común en el Ecuador, el más usado y, probablemente, me atrevería a decir, el más eficiente. La red de conexiones abarca todo el Estado y sus precios están al alcance de la vasta mayoría (generalmente $1 por cada hora de trayecto y, en el caso de los buses urbanos, $0.20 o $0.25).
 
El autobús  facilita realmente la vida de los ciudadanos. Primero por la cómoda movilidad que  ofrece y es que aquí cada uno establece su parada donde le conviene, es decir, el autobús deja y recoge a viajeros en cualquier lugar de la ruta, sin necesidad de estar en una parada tradicional o apeadero. Eso sí, la parada es casi imperceptible. El bus aminora la marcha en el lugar que el viajero le indica y éste salta, ¡sin que el autobús se haya detenido completamente! Ni os cuento el espectáculo cuando son más de uno los que se quieren bajar o subir… C-R-A-Z-Y!
 
Además de facilitar la vida a los pasajeros, el autobús sirve también de punto de venta para muchos vendedores ambulantes, especialmente los de comida. En los viajes largos, cuando el autobús hace paradas en pueblitos, gasolineras o peajes, una decena de, normalmente, hombres invaden el pasillo del autobús con sus bandejas repletas de seco de pollo, empanadas, tamales, humitas, pan de yuca, tortillas de maíz, tortillas de choco, chaulafán, bolón de verde, chifles, sanduches (bocadillos), patacones, sandía recién cortada, oritos (plátanos); o con jarras de jugos de tamarindo, de coco, de maracuyá, leche de soya, agua fresca, jugo de naranjilla, de mora, morocho… “Agua, agua, agua", "Jugo, cola helá, cola helá". En fin, ¡toda una variedad de productos al servicio del viajero! Lo gracioso de la historia es que los conductores no esperan a que el vendedor haya acabado de vender sus artículos (faltaría más!), sino que ellos arrancan y, una vez el vendedor ha acabado de ofertar sus productos, se acercan a la puerta (que está siempre abierta…), saltan para bajarse y deshacen a pie, me imagino, la distancia que los separa del peaje o pueblo donde se han subido para vender.
 
El otro día se subió un chico joven, que decía ser padre de 2 niños, vendiendo 3 chocolatinas por $1. Entre otras cosas, en su discurso contaba que el gobierno de Correa había hecho que, por ejemplo, el chocolate (lo que él vendía) estuviese al alcance de todos, de todos los que tenían plata, apuntilló. Sin embargo, lo cierto es que los datos indican que, desde el 2007, momento en el que la administración de Correa empieza a gobernar, el salario básico se ha incrementado un 87%, y una familia promedio puede cubrir el 100% de la canasta vital, es decir, de los productos esenciales para sobrevivir. Además, en este periodo, las desigualdades entre el 10% más rico y el 10% más pobre se han reducido (a diferencia de lo que ha ocurrido en otros lugares del planeta en los últimos años…). Así que, entiendo que el mensaje del joven vendedor le sea útil para tocar la fibra sensible/corazoncito del pasajero y vender alguna chocolatina extra. Es más, incluso yo, a sabiendas de esos datos, probablemente le hubiese comprado las chocolatinas. Una pena que las chocolatinas tuviesen galleta y yo sea gluten-free.
 



*estas fotos son de google, puesto que tampoco me gusta hacer fotos a todo quisqui cual guiri, pero reflejan perfectamente la realidad que estoy contando ;)

lunes, 12 de mayo de 2014

La Ruta del Sol (o Ruta del Spondylus)

Como cambiar de país. Descender de la Sierra a la Costa ecuatoriana es como cambiar de país. Y no sólo por las 7 horas que supone llegar a las playas, sino por el ambiente, la gente y su actitud ante la vida.

La Costa es el paraíso de las hamacas y Montañita, mi primera parada, la panacea de los rastas y surfers argentinos y chilenos. Muy de mi estilo, sí :), pero quizá demasiado artificial. Y sobre esto me reafirmo nada más desembarcar en Puerto López, un pueblo pesquero con mucha marcha, impulsada por la población local (a diferencia de lo que ocurre en Montañita). En Puerto López, la música está presente 24h. Y cuando digo 24h es 24h. La noche del sábado llegué a pensar que, en vez de en un hostal, me había quedado dormida en el sofá de alguna discoteca...¡Too much!

Sin haber descansado mucho, aprovecho que el pueblo aun se despereza y que el sol aprieta con fuerza desde primera hora en la costa ecuatoriana, para darme mi segundo baño en el Pacífico (!!) y el segundo del año. Ya refrescada y con el pelo mojado para que me vaya hidratando (cual cactus), coincido con una familia que me invita a subirme en la zona de carga de su pick-up. "Suba, que la llevamos!".
 
A los 10 min, me indican desde dentro de la furgoneta: "Baje, ya es aquí!". "Grasias!!", les contesto con la mejor de mis sonrisas. Me sueltan en la entrada del Parque Natural Machalilla, uno de los sitios más espectaculares en los que he estado nunca. Siguiendo las indicaciones del guardia de seguridad, camino por una senda de tierra escuchando el sonido de los pájaros, el ruido de las lagartijas, lagartos y lagartazos apartándose de mi camino, el de mis sandalias, y mi respiración, acelerada por llevar a los hombros dos mochilas y caminar bajo un sol de justicia. El premio al esfuerzo es la Playa de los Frailes, 1.4 km de arena blanca completamente virgen que no acabo de saborear tanto como me hubiese gustado porque 1) las avispas se han convertido en las mejores amigas de mi colorida mochila y 2) porque no quiero tentar al mar de fondo que domina en la orilla.

De regreso, presencio lo que podría haber sido una escena de algún culebrón venezolano ecuatoriano de esos que gustan tanto por aquí. Nada más salir de la estación terrestre (esto es, la estación de autobuses) se oyen golpes en un lateral del autobús: "¡Pare! ¡Pare!". Y frenazo. "Los destrosó, los deshizo!". Yo, sentada en el lado opuesto del autobús temo lo peor y ni siquiera me atrevo a mirar por la ventana, como hacen el resto de pasajeros. Pero la curiosidad mató al gato, así que le pregunto a la señora del asiento de delante: "¿qué pasa?". Y me responde, "¿sabe el hombre que tenía los sacos de naranjas y bananos? Se los destrosó, se los deshizo". Asomo un ojo por la ventana. Un río de zumo de naranja recorre el suelo de la estación. El dueño de dichos sacos no deja de echarse las manos a la cabeza. Su mujer, histérica. Gritos. Más gritos. Cada vez más personajes se acercan y sentencian: !No, es que usté...!" "¡Pero qué culpa tiene el conductor si el hombre está en el medio!" "¡Págueselo, págueselo!". En medio de la trifulca aparece el que debe ser un jefecillo del servicio de autobuses que, con gesto de resignación, le extiende un billete de $20 al vendedor ambulante. "Cállese", le dice. El pobre hombre intenta recoger las pocas naranjas y bananos que han sobrevivido y nosotros arrancamos, sin ningún tipo de compasión por parte del conductor. En ese momento, me pregunto si el hecho de que el conductor del autobús conduzca descalzo habrá tenido algo que ver en el "atropello"…

Al rato, la señora a la que le acabo de preguntar, me devuelve la pregunta para saciar ahora su curiosidad: "¿está haciendo la Ruta del Sol, señorita?" Así es. Mis rojas mejillas indiscutiblemente me delatan. Y aunque me quedo en la mitad de la misma, por falta de tiempo, espero volver pronto para terminarla. No tanto por llegar a una meta como si del Camino de Santiago se tratase, sino por el ambiente, la gente y su actitud ante la vida.
 






 

 

lunes, 5 de mayo de 2014

De Cuencanos y Cuencanas

El cuencano pronuncia de una forma relajada la R: Anrrea, almenrra, ragón, venrré... Y no sólo uno, sino todos, en general. Es una forma de hablar de esta zona. 
 
El Cuencano es de dar los buenos días con un beso en la mejilla; de salir abrigado de casa por las mañanas con una buena chompa (jersei) para cubrirse del frío matutino, y de quejarse cuando el sol aprieta al mediodía: ¡chuta! Qué calor!
El cuencano es de comer con cuchara la sopa, el pollo o las papas fritas. En realidad, da igual la hora o el plato que sea, el cuencano es de buen comer. ¡Y quién le dice que no a uno de esos almuerzos de 2-3$ que incluyen primer plato (generalmente, sopa), segundo plato (al que llaman plato fuerte), jugo (de frutas naturales, siempre) y postre! (De verdad que esto de la gastronomía se merece un post entero, así que ahí lo dejo y reservo una mayor y detallada explicación para otro día).
El cuencano es de reunirse con los naños (hermanos), guaguas (hijos) y resto de familia los domingos, día en el que las calles de esta ciudad se quedan para los cuatro turistas que no se han bebido la noche del sábado, los vendedores ambulantes, y algunos chinos que, en honor a su fama de trabajadores, tienen abiertos sus comercios los domingos. “Dele nomás”, me dicen al verme pasar por el escaparate, incorporando la jerga ecuatoriana con acento chino.
 
Además de los comercios chinos, las iglesias son el otro lugar donde se concentran los domingueros. Porque otra cosa no, pero el cuencano es sin duda un gran devoto. La Catedral de Cuenca en la misa del mediodía del domingo está, como diría un buen catalán, de gom a gom. A tope.
Las cuencanas son de trenzas largas, una o dos. Y los cuencanos, por su parte, de gorras para protegerse del sol serrano. Eso los de origen indígena, porque en cuanto a los mestizos, ellos son de traje, corbata y maletín; y ellas de tacones, de tacones altos, para que se las vea.
 
Pero ambos, curiosamente, se consideran Cuencanos primero y Ecuatorianos después.
 




 

sábado, 3 de mayo de 2014

Entre cultura y lavadoras

Mientras espero en la lavandería a que mi ropa (susia, como dicen aquí) esté lista, miro por el cristal del local hacia la calle, y me vuelvo a reafirmar en una sensación que tengo desde que llegué: la vitalidad de las calles de este lugar y, en general, de sus espacios públicos.

Todo arranca sobre las 6 de la mañana cuando los cuencanos se despiertan para entrar en los colegios a las 7(!). A eso de las 6,30h, Cuenca podría ser perfectamente el Paseo de la Castellana de Madrid a las 12 del mediodía. Desde esas horas tan tempranas, caminar por el Centro Histórico de esta ciudad es sinónimo de mucha cosas. Para empezar, de ruido: motos, autobuses y carros (como les llaman a los coches) toman las estrechas y empedradas calles de la ciudad y comienzan una incesante sinfonía de pitidos, que se convierte en el principal medio de comunicación entre los conductores. Pitar es multifunciones. Pitar sirve tanto para advertir al de al lado (o al peatón) de que vas a pasar (aquí eso de las rayas blancas en el suelo, también conocidas como pasos de cebra, son más bien un sin propósito, a no ser que el semáforo lo indique y, a veces, ¡ni eso!). Sirven también para saludar a un colega, quejarte de lo lento que va el de delante o advertir de que vas a arrancar, entre otras funciones que  probablemente no me haya dado tiempo a interpretar aun. Pero sí, realmente es algo exagerado. Los pitidos son, sin duda, un elemento esencial del ambiente urbano.
Caminar por el Centro histórico de Cuenca es sinónimo también de contaminación. Es impresionante el humo negro que sueltan esos cachivaches viejos y abollados, los buses, cada vez que arrancan. Cuando estás caminando por la acera y el autobús despliega su arsenal para seguir con la marcha, dices: ¡hmm.. rico! Es simplemente digno de quedarse un par de segundos observando esa humareda negra y ver como se difumina y se mezcla con el oxígeno de la ciudad.
Pero Cuenca también es sinónimo de música. Una de las principales estrategias de marketing de los comercios para atraer clientes es poner bafles con dos grandes altavoces en la entrada o escaparate del local mirando hacia la calle y darle al play a los temas más sonados del momento, esto es, las bachatas de Romeo y Prince Royce, o la salsa de Marc Anthony. Y ¡qué gusto entrar a una tienda con la música a tope como si estuvieses celebrando que es viernes noche y que la vida es maravillosa y comprar no sólo lo que tenías pensado, sino también esos chifles (plátano frito salado buenísimo, una delicia ecuatoriana) que contribuyen a que tu paladar esté feliz y, por tanto, a que las cosas se vean mejor.
 
Por último, caminar por Cuenca es además sinónimo de cultura, historia y religión. La variedad de estilos artísticos y arquitectónicos de la ciudad, le dieron en 1999 el reconocimiento por parte de la UNESCO, de ciudad considerada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y cierto es que, pasear por estas calles es como un viaje en el tiempo, que te permite estar en el pasado y en el presente en la misma calle. De hecho, en esta misma calle en la que estoy esperando por mis trapitos, se encuentran tanto una iglesia del siglo XIX, como modernos graffitis en las fachadas laterales de las casas que dan color a la ciudad. ¡Chévere, eh!
 
A mi ropa aun le falta pasar por la secadora, así que voy a esperar que finalice. Pero antes, no me quiero olvidar de dejar un mensajito a los que se estén puliendo los ahorros que me había ganado con esfuerzo antes de viajar aquí: espero que el karma/la vida/el poder del universo os devuelva el daño causado multiplicado por un 1 y un par de ceritos detrás. Hijosdep*.