El hecho de que aquí la distancia
se mida en horas y no en kilómetros es muy revelador. Cuenca-Quito: 10 horas.
Cuenca-Guayaquil: 4 horas. ¿Cuántos kilómetros los separan? Nadie lo sabe. Ni
siquiera las señales de tráfico (si es que las hay…) indican los
kilómetros que faltan para llegar a un sitio (en la mayoría de los casos).
De todos modos, la referencia
temporal no es más que eso, una referencia; pues normalmente hay que sumarle un
par de cuartos de hora más. El viaje siempre te tiene preparado unos cuantos imprevistos. En el camino, se
cruzan rebaños de vacas que descaradamente desobedecen las órdenes de su
pastor, y ni siquiera se molestan con los desesperados pitidos de
los conductores afectados. Las vacas, a su ritmo, invaden los carriles de la carretera,
hasta que los coches ya casi las empujan con la propia
carrocería hacia los laterales. Cuando no son las vacas, las
procesiones interrumpen el tráfico. Procesiones religiosas a las 10 de la mañana de un domingo en pistas
forestales secundarias (que no deben ni estar en el mapa), en las que nunca
pensarías encontrarte un alma. Y, por desgracia, los accidentes también son un
motivo (bastante, bastante) frecuente en la paralización del tráfico.
Así que bueno, después de unos meses aquí, he aprendido que cero credibilidad a cualquier referencia temporal. "Sí, mija, mañana. Mañana, ya firma el contrato”. Sigo esperando. O sea que, nada,
paciencia. Y mientras tanto, ¡a seguir haciendo horas de autobús!
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