lunes, 26 de enero de 2015

Con un pie en el Oriente

Empieza a amanecer. Después de 9 horas, el negro negruzco que se ve a través de la ventana escampa y se transforma en un azul oscuro, que poco a poco se convierte en un azul más claro, combinado de rosa, naranja, rojo y amarillo. Con la luz del sol, el calor húmedo del Oriente ecuatoriano entra por la puerta del autobús, cada vez que se abre para recoger a los trabajadores que empiezan su jornada laboral con los primeros rayos del sol. Es el calor de la selva. Estamos llegando a Puyo. Parada para recargar pilas con un bolón de chicharrón y carne, y un tazón de leche. Con el estómago contento, seguimos. Faltan 2 horas hasta Tena. El paisaje confirma que la Sierra andina queda atrás. Ahora, la vegetación, los ríos, y el calor son abrumadores y tropicales. Y esto es sólo la entrada al Amazonas…
 
En Tena desde luego empieza otro mundo. Otro Ecuador. Los niños comen el producto escondido en las cañas de los árboles; los perros pasean por la Iglesia donde imparto el curso de desarrollo sostenible; el ritmo es pausado (más aun si cabe); las peluquerías el servicio más común en las cuatro calles que conforman la ciudad; los anuncios con actividades de deportes de aventura, el mayor atractivo turístico; y la lluvia, torrencial. En Tena, me doy cuenta de que Ecuador es tan diverso que yo sólo quiero seguir viajando para poder descubrir su riqueza.


 

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