martes, 8 de julio de 2014

Arquitectos-filósofos-fotógrafos

Desde que nos conocimos hace ya un par de meses, un día que aparecí en la puerta de su casa despertándolo de la siesta (“es que me levanto muy pronto”, se justificó), nuestra relación ha sido muy especial. Por su profesión como arquitecto y su conciencia crítica como ciudadano nuestras conversaciones han sido una gran fuente de inspiración para mí y para mi investigación.

Además de hablar sobre procesos urbanos de gentrificación o de la evolución de los precios en el Centro Histórico, tocamos otros tan banales temas como la vida (así, en general), el amor (también, así en general), el destino o el paso del tiempo. Como dos filósofos, desplegamos las alas de nuestro pensamiento y sobrevolamos los caminos que cada uno de nosotros ha seguido en referencia a estas cuestiones.
Esta mañana nos hemos visto para poner punto y seguido a nuestros encuentros reflexivos. Él con un café delante y yo con un té. Hemos vuelto a tocar nuestros temas favoritos, así como mis aventuras en estas semanas que no nos hemos visto. Pero, además, hoy reflexionábamos sobre la fotografía; en concreto, sobre el poder de las fotos para estructurar acontecimientos vitales de cada uno. “Tú cuando te tomas una foto en el momento A sólo la entiendes cuando en el momento B (esto es, días, meses o años después) vuelves a ver la foto, y visualizas todo lo que ha acontecido entre el momento A y el B”. Y lo ha ejemplificado diciendo: “Me acuerdo que después de hacerme la foto en este puente, partí rumbo a Osaka, donde viví 5 años y tuve a mi segundo hijo. ¡Quién me lo iba a decir que después de esa foto vendría todo el resto!”.

Esta reflexión por supuesto que no descubre América. Pero ha sido suficiente para incentivarme a desenfundar mi cámara y retomar la toma (valga la redundancia) de fotos. Más que nada porque me mata la curiosidad por saber que va a pasar entre mi momento A (Cuenca) y mi momento B (¿?).

viernes, 4 de julio de 2014

El poder del sol

Pensaba que con la llegada del verano al hemisferio norte, mi estancia en el hemisferio sur iba a ser de lo más fría... Así me lo habían advertido. Pero la verdad es que superados los primeros 20 gélidos días de Junio, estas últimas semanas están siendo de lo más calurosas y soleadas. Y ¡cómo se agradece! No sólo porque me ha permitido sacar camisetas de manga corta que aun no habían hecho aparición estelar fuera de la maleta, sino porque además, de alguna manera la melanina está influyendo en la serotonina (hormona de la felicidad) y me está haciendo ver todo de color de rosa; incluyendo los plantones de entrevistados, la apatía de los comerciantes por realizar la dichosa encuesta de mi investigación y la tediosa cancioncilla de la vecina de enfrente pidiendo a su guagua (hijo) que baje el volumen del televisor.
 
El sol lo arregla todo. O casi todo. Hay cosas que, por desgracia, por mucho calor y sol que haya no se pueden arreglar. Como que el día 20 tengo que estar sí o sí en Guayaquil para empezar a ver mis historias en Cuenca como hechos del pasado.
Hasta ese día, de todos modos, voy a seguir absorbiendo rayos de sol y viendo todo color de rosa, no sea que no haya regreso en un futuro… Aunque en realidad algo o alguien me dice todo lo contrario.