domingo, 27 de abril de 2014

Moviéndome por Cuenca

Ayer, aprovechando que tenía la mañana libre hasta el mediodía (que había quedado para ir a un festival cultural que se organizaba en la ciudad), decidí visitar uno de los lugares del que tanto me han hablando estos días: el mirador de Turi.
 
“Tienes que ir en taxi o en el bus turístico”, me habían recomendado varias veces. Pero la cuestión es que me apetecía más ir corriendo (por eso de retomar el ejercicio después de un par de semanas de parón…). Así que, aprovechando que tenía tiempo y que el sol brillaba (sí, milagro), me he puesto mi outfit deportivo y con los cascos y cámara en mano, he salido pronto de casa. Debo confesar que al principio he dudado de si llevar a cabo o no la expedición. Por un lado, no me fiaba de que mi memoria hubiese retenido correctamente la ruta marcada por google maps y, por otro lado, la idea de: extranjera sola, corriendo por ahí con las cachas al aire, tampoco me convencía mucho… Pero luego me he dado cuenta de que cap problema.
 
La distancia entre mi hospedaje y el mirador no es nada del otro mundo, pero lo de correr a 2500 de altitud es otra cosa, por eso de la menor existencia de oxígeno… Esta dificultad ya la tenía en cuenta antes de salir. Lo que no estaba en mis planes era los 438 escalones que hay para llegar hasta el mirador. Cuando estaba en el escalón 1 y he levantado la cabeza para ver lo que me faltaba, he recordado las palabras mágicas: al mirador se va en auto. Cuando he llegado arriba, las gotas de sudor parecían ríos y mis pulsaciones muy probablemente se podían oír desde la costa. Tanta es la subida que, mientras recuperaba el aliento, he visto al conductor del bus turístico soltar la mano derecha del volante y santiguarse nada más llegar a la explanada que hay delante de la iglesia en el mirador. ¡No es para menos! Pero eso sí, muy bonita la vista eh, muy bonita.
A la bajada, he parado en el mercado para comprar algo de fruta –los que me conocéis sabéis que yo sin fruta no soy nadie, y aquí con la cantidad y variedad de frutas que hay, es para realmente ¡volverse frutariano de por vida!-. “4 frutas de la pasión son 2$”, me ha dicho la vendedora con cara de pocas amigas, pues le estaba interrumpiendo, me imagino, uno de los momentos clímax de la telenovela. “¿Cómo?, -le he respondido yo-, pero si ayer con mi marido [ecuatoriano, se presume], me cobraron 1$!”.  Está bien, mija, 1$”, me contesta. Y es que, a pesar de mis esfuerzos por parecer lo menos extranjera posible, es evidente que lo soy y, en ocasiones (y sólo en ocasiones) intentan sacar beneficio de ello. Pero una ya va encontrando métodos para salir airosa J
Decía que había decidido ir al mirador para hacer tiempo hasta las 14h cuando empezaba el festival cultural en el Puente roto. Pues bien, eran las 15h. y aun se estaban montando el equipo de sonido. Creo que podría haber subido y bajado los 438 escalones unas cuantas veces, y aun me hubiese sobrado tiempo. Lo que decía el otro día, ritmo latino.




jueves, 24 de abril de 2014

Correa a España, yo a Ecuador

Antes de iniciar un viaje así, siempre te propones escribir un blog –esta vez sí, te repites a ti mismo-, pero luego entre unas cosas y otras, el blog se queda en dos o tres entradas, y ya. De momento, aprovechando que el jet lag me despierta a las 5 de la mañana y que la lluvia de la sierra ecuatoriana merma mis ganas de salir a desayunar, empiezo con las primeras impresiones sobre mi llegada al Ecuador.
 
Es curioso porque un país que no estaba en mi lista de “lugares a los que ir”, paulatinamente me ha ido sorprendiendo, incluso desde antes de haber pisado sus tierras. Desde hace ya un par de años, Ecuador se proyecta como un nuevo destino turístico por sus paisajes, su comida, el clima, el buen carácter de sus gentes, y la fama que tiene de país “tranquilo” y de ritmo pausado. Eso lo comprobé nada más tomar tierra en Guayaquil. Al personal aeroportuario no le importa que hayas pasado 14 horas en un avión y que estés deseando llegar a tu lugar de destino. “Aquí va todo pausado, mija, todo pausado”, me dice el ecuatoriano que espera detrás de mí en la cola del control de inmigración.  Esa tranquilidad se rompe nada más abrirse las puertas del área de llegadas del aeropuerto. Un bullicio de primos, hermanos, tíos, abuelos y sobrinos, esperan con pancartas, bocinas y música, ansiosamente la llegada de sus más queridos. Muchos llegan para quedarse; otros –como el italiano que viajaba en el asiento de mi lado- para hacer negocios. Porque sí, la economía de Ecuador crece y con ella, las ganas de empresarios e inversores extranjeros de abrir negocios en el país.
Además del atractivo económico, Ecuador es un reclamo para los amantes de la naturaleza. Y no me extraña, ¡qué paisajes!. Con motivo de mi investigación, viajo en furgoneta desde Guayaquil a Cuenca, la tercera ciudad más importante del país –económica y políticamente hablando-, situada en la sierra Andina, a unos 2500 metros de altitud.  ¡Qué vistas durante el viaje! Los acantilados cortan el hipo, los verdes son de mil tonalidades diferentes y la niebla intensa parecen más bien nubes. Hubiese disfrutado mucho más del viaje, y del paisaje, si no fuese porque casi me dan varios ataques al corazón por las habilidades del conductor y su velocidad media, en una carretera de doble sentido, súper estrecha, con acantilados en el lado derecho, continuas curvas, gallinas que se cruzan con sus cuatro polluelos detrás, y un sinfín de lentos camiones que suben la sierra con unas letras tamaño 100 en su remolque que advierten: PELIGRO INFLAMABLE. En fin, toda una aventura. Y no, no era cosa mía, de la europea. El resto de pasajeros ecuatorianos les rogaban a los dioses tanto o más que yo. Al fin y al cabo, yo estaba en mi salsa con cuatro horas de viaje amenizadas por pura música de salsa y otras bachatas de esas que me gustan a mí.
Felizmente (como diría mi amiga peruana), llegamos a Cuenca. Una ciudad colonial, que se consolida como un nuevo enclave turístico, principalmente de americanos y canadienses. Es gracioso porque el día que yo desembarco en Ecuador, Rafael Correa –presidente de Ecuador- llega a Barcelona para ser nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona, un galardón que ha dedicado a la inmigración ecuatoriana en España. Ahora, parece que la tortilla se gira, que Ecuador ya no exporta, sino que importa inmigración, y yo me pregunto qué tipo de respuestas se van a dar a este proceso por parte de las autoridades ecuatorianas. Espero que mi investigación en los próximos meses aporte algunas respuestas a este hecho. Por ahora, aprovecho que la lluvia va aminorando para salir a desayunar.
 
pd: comprenderéis que con semejante viaje no me atreviese ni a sacar la cámara de la mochila, pero próximamente, fotos.